Nueva ruta de los Senderos
Ornitológicos del proyecto TRINO. En esta ocasión, tuvimos la oportunidad de
recorrer los inmensos cañones del río Duero en la localidad de La Fregeneda.
Iglesia de La Fregeneda |
La veleta de la cúspide de la torre es llamativa porque muestra la silueta de un toro en lugar del clásico gallo, una expresión de que estamos en tierra de toros |
Los profundos arribes excavados por los ríos Duero y Águeda y por algunos de
sus desconocidos afluentes, como El Froya y el Morgáez, regalan a esta
localidad arribeña uno de los paisajes más espectaculares de la comunidad.
Paseando por sus calles de piedra, nadie imaginaría los abismos que se esconden
más allá de la apacible penillanura que la rodea. Desde cualquiera de los
muchos caminos que brotan de su casco urbano, podemos adentrarnos en este
paisaje de cañones y rapaces. En esta ocasión, nuestro destino será el bonito
mirador de Malfeito, con sus impresionantes vistas sobre el tramo final del
Duero, antes de convertirse en Douro y encontrarse con el mar Atlántico.
Vistas del Duero desde el mirador |
El primer tramo presenta pendientes suaves entre cortinas
sembradas de almendros rejuvenecidos por las últimas lluvias y olivos
retorcidos por el paso de los siglos. Este paisaje, fruto del trabajo titánico
y olvidado de generaciones agricultores y ganaderos, cobija a una variada
comunidad de aves que haría las delicias de cualquier aficionado: trigueros,
carboneros, currucas cabecinegras, cogujadas comunes y montesinas, alcaudones
comunes, escribanos montesinos y soteños, cucos y algún escandaloso mirlo
animan los primeros pasos del grupo.
Triguero posandose en un almendro |
¿Que es eso que vuela alli? |
Sin prisa fuimos poco a poco descendiendo
hasta laderas más mediterráneas y protegidas del incómodo viento. Con cada paso
que dábamos, el aumento de la mediterraneidad del paisaje arribeño, que hoy
precisamente pareció esquivarnos, fue poco a poco engalanando y endulzando el
paisaje, cubriendo con un manto de flores lavandas, jaras y genistas.
Como por
arte de magia, hicimos un viaje imaginario hasta las cálidas tierras del sur de
España y por unas horas nos olvidamos de las rudas llanuras meseteñas del
milano y la encina.
Alcaudón común |
Triguero cantando |
El penetrante olor de las flores y el zumbido constante de
las abejas, nos llevaron hasta el mirador de Malfeito. Asomado al precipicio,
domina el curso del Duero desde la desembocadura del atormentado y salvaje
Huebra hasta su plácido encuentro con el caudaloso río Águeda. Grandes coronas
de buitres leonados y negros remataban las altas laderas del valle y parecían
querer despedirse del generoso y fértil Padre Duero
Sin haber podido encontrarnos con algunas de las aves rupícolas que dan
fama al parque natural, retomamos el camino de vuelta. Después de alguna
carrerilla para alejarnos de los “ríos” de abejas, y cuando ya pensábamos que
nos íbamos a marchar sin poder divisar a la esquiva dueña de estas laderas, un
golpe de suerte, y de prismáticos, quiso descubrir el furtivo vuelo de la reina
de los cielos arribeños.
Construcciones para guardar el ganado |
Remontando desde el fondo del angosto valle donde guarda
su nido, el águila real nos regaló un pedazo de la naturaleza salvaje que estas
tierras han logrado salvaguardar. Con sus alas inmensas ganó con rapidez el
cielo, antes de perderse entre los roquedos que cierran su valle.
Mirlo despidiendose de nosotros |
Satisfechos y
colorados por el azote del viento, nos despedimos y hacemos planes para vernos
el próximo fin de semana en La Alberca, el pulmón verde y vivo de Salamanca, y
en las orillas de ese hilo de vida que es el río Almar a su paso por Nava de
Sotrobal
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